Cualquier guerra es un fracaso de la civilización, de la humanidad como un todo. Sea cual sea su causa, es la expresión de los rasgos más animales y brutales de los seres humanos. Ni siquiera cuando se gana para combatir un mal, la agresión o el terror infringidos antes por el otro deja de ser una derrota para todos.
Partiendo de ese principio, incluso asumiendo como yo asumo que la guerra no puede ser el instrumento y que la paz (por muy imperfecta que sea) no es tan solo un objetivo, sino el camino; es decir, que la guerra y la violencia son un mal en sí mismos y sin excusa, cabe preguntarse, sin embargo, sobre sus efectos más concretos sobre la economía.
Hay muchos estudios que han tratado de responder a esta cuestión con datos y análisis científicos de los muchos conflictos bélicos que se han producido, sobre todo, en el último siglo y medio. Voy a comentar muy brevemente las consecuencias que se han observado con carácter general y las que a mi juicio pueden derivarse de la que acaba de iniciar Rusia.
Aunque pueda sorprender o doler, sabemos que las guerras tienen efectos económicos que pueden considerarse positivos. Entre ellos, el aumento del gasto agregado, el de los estados en armamento, infraestructuras, transportes, etc. y el de las empresas en inversión para suministrar a los ejércitos los bienes y servicios que necesitan. También intensifican la innovación y el progreso tecnológico, pues obligan a disponer de nuevos procedimientos y técnicas para el combate que luego suelen pasar a la vida civil. Como consecuencia de ello, suele incrementarse el empleo y todo eso hace que las economías tengan un motor adicional que pueda contribuir a sacarlas de crisis profundas y a iniciar periodos de posterior expansión, como ocurrió con la segunda guerra mundial. Incluso se suele señalar que esta última tuvo como efecto positivo una masiva incorporación de las mujeres a empleos remunerados y de alta responsabilidad.
Como el Producto Interior Bruto suma el valor monetario de la fabricación y comercio de armas y de toda la producción adicional que genera una guerra, pero no resta el valor de las muertes ni de la destrucción que provoca, el efecto neto (desde el punto de vista de este indicador), puede ser considerado positivo.
Sin embargo, hay que tener en cuenta también que las guerras siempre suponen un coste muy elevado que hay que financiar, bien mediante impuestos o generando una deuda que al final hay que pagar. Y hay que señalar, además, que esos beneficios quizá se pueden conseguir sin necesidad de la destrucción que llevan consigo. Es decir, las guerras no solo tienen costes directos o explícitos (monetarios, materiales, humanos…) sino también costes de oportunidad que reflejan lo que se podría haber hecho o conseguido si los recursos dedicados a matarse unos a otros se hubieran dedicado a otras actividades.
Además de costes materiales, financieros o de oportunidad, las guerras también suelen llevar consigo inflación porque destruyen o bloquean las fuentes de suministro y dan un gran protagonismo a las industrias o empresas con mayor poder de mercado; e igualmente disminuyen el consumo familiar y producen empobrecimiento por pérdida de ingresos reales y patrimonios. Y ocurre también a menudo que parte del empleo generado en los momentos del conflicto se pierde cuando este acaba y disminuye la inyección extraordinaria de gasto.
Por otro lado, sabemos que las guerras producen esos efectos principalmente sobre los países en conflicto pero también se puede comprobar que tienen otros externos, es decir, sobre otras naciones e incluso sobre todo el planeta, dado el alto grado de interconexión que suele darse en las relaciones económicas contemporáneas o porque producen graves daños ambientales.
Y todo ello va unido al evidente efecto depresivo sobre la actividad económica que siempre llevan consigo el miedo, la incertidumbre, la inseguridad y la escasez de recursos, por no hablar del que provocan el odio y el afán de venganza y la violencia que suelen traer consigo y que a menudo perduran una vez concluidos los conflictos.
Finalmente, no se puede olvidar tampoco que una paz mal construida tiene efectos económicos tan graves o más que la propia guerra. Es sabido, por ejemplo, que las reparaciones o sanciones que los aliados impusieron a Alemania tras la primera guerra mundial provocaron una crisis económica tremenda a la que se respondió con medidas de austeridad que generaron la desesperación y sed de venganza de donde brotó el nazismo.
En resumen, me atrevería a decir que la inmensa mayoría de los estudios que se han hecho sobre las consecuencias económicas de las guerras tienden a señalar que sus costes o efectos negativos son casi siempre mayores que los beneficios que puedan producir. Y solo sabiendo esto con carácter general, ya se puede deducir que la guerra que se acaba de iniciar va a tener un impacto negativo no solo sobre las economías de Rusia y Ucrania sino sobre las de muchos otros países.
Pero, además, creo que se pueden señalar consecuencias más concretas, algunas de carácter más inmediato y otras de más largo alcance, todas las cuales dependerán del tiempo que dure el conflicto entre Rusia y Ucrania y de la respuesta que den los demás países.
Incluso si la guerra no concluye inmediatamente y prosigue, al menos durante algunas semanas, lo más probable es que aumenten considerablemente los precios de la energía, principalmente del petróleo y del gas, así como los de algunas materias primas de gran impacto en la cesta de la compra y la industria, como el trigo, el maíz, la cebada o la soja, además de varios metales básicos en la automoción, la construcción o la electrónica. Se estima que, como media, entre un 20% y un 40%.
Actualmente, alrededor de la tercera parte del consumo de petróleo y de gas de la Unión Europea procede de Rusia y este país aporta un porcentaje muy importante de productos como el níquel, paladio, amoníaco, potasa, platino, la de fosfatos, acero, cobre… Parece, pues, inevitable que las sanciones que le impongan se vuelvan sobre los demás países y especialmente los europeos en forma de escasez, de subida de precios o de ambas cosas a la vez
La mayoría de los dirigentes financieros que se están pronunciando sobre los efectos del conflicto en Estados Unidos señalaban que, si sólo se traducía en amenazas e incidentes aislados, no debía tener efectos macroeconómicos estimables en su país y que, por tanto, la Reserva Federal podría seguir su plan de subida de tipo en marzo. Siendo este el mejor escenario, tendría, sin embargo, un impacto recesivo en cadena en otras economías y, en especial, en las de la Unión Europea. Se coincide, sin embargo, en que una guerra abierta quizá pudiera evitar esa medida, muy negativa, pues la inflación no es de demanda sino de oferta y subiendo los tipos de interés solo se conseguiría adelantar la entrada en una nueva fase de caída de la actividad.
En resumen, la guerra que acaba de empezar presenta una paradoja esencial desde el punto de vista económico que, posiblemente, sea la que ha incitado a Rusia a comenzarla: cuantas mayores sean las sanciones, más coste tendrán que soportar los países que las impongan, así que Putin pudiera haber pensado que no estarán dispuestos a llevarlas muy lejos o imponerlas por mucho tiempo. Mientras que, cuanto más leves sean, más posibilidades tendrá Rusia de ganar una guerra que, para ella, sí que tendrá un efecto neto muy positivo, no solo en términos políticos y estratégicos, sino también económicos.
Eso es lo que podría llevar a suponer que la estrategia de occidente ante esta de Rusia no sea la de implicarse militarmente en la guerra, lo que supondría de facto un conflicto mundial, ni tampoco la de establecer sanciones definitivamente contundentes o decisivas, sino obligar a Rusia a mantener un conflicto largo y económica y políticamente costoso, para debilitar el régimen de Putin. Un objetivo básico para Estados Unidos, a quien realmente no le preocupa Rusia sino que este país se eche en brazos de China que es su enemigo principal, política y económicamente.
Pero si la guerra se alarga, sus efectos económicos también serían de más largo alcance y acelerados: el bloqueo de suministros y la subida de precios agudizarán los problemas de logística y abastecimiento que ya ha provocado la pandemia, reforzando quizá la demanda de seguridad y las tendencias retroglobalizadoras; habrá una escalada de gasto militar con efectos desiguales en las diferentes economías pero con grandes costes de oportunidad en todas ellas; obligará a replantear las estrategias de transición hacia economías verdes y digitalizadas; y va a generar graves problemas financieros derivados de la deuda y del nuevo freno a la actividad que se producirá en un contexto en el que nadie sabe a ciencia cierta cuáles son las mejores políticas para lograr estabilidad y equilibrio económicos; se intensificarán los procesos de innovación tecnológica y financiera.
Finalmente, y como ocurre siempre que hay guerra, los más pobres pagaran en mayor medida todas su peores consecuencias; mientras que nadie sabrá como podrá terminará un tipo de desastre bélico que -como todos los de nuestra época- cada vez tiene más posibilidades de convertirse en un auténtico holocausto global.
Juan Torres es catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla
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