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Allende, un ejemplo para la izquierda || Jaime Bordel


El 11 de septiembre de 1973, Salvador Allende pronunciaba sus últimas palabras en un emotivo discurso emitido por radio desde el Palacio de La Moneda. Aquella mañana, mientras Allende se despedía de todos los chilenos, los aviones golpistas bombardeaban la sede del ejecutivo, ubicada en el Palacio de La Moneda, dejando unas imágenes que jamás se borrarían de la memoria colectiva del país.

El trágico final del gobierno de Allende supuso el comienzo de una de las etapas más oscuras de la historia chilena. La represión, el exilio y los crímenes de lesa humanidad marcarían las dos siguientes décadas, y tanto la política como la economía del país andino cambiarían para siempre después de las transformaciones implementadas por la Junta Militar. La izquierda tampoco volvería a ser lo que era, y de las meritorias victorias de la década de los 70, donde llegó a gobernar el país, se pasó a una posición completamente subalterna respecto del centroizquierda, que fue quien llevó la voz cantante durante la transición y la vuelta de la democracia.

Sin embargo, casi cincuenta años después del golpe militar, parece que por fin la izquierda alternativa podría tener la oportunidad de liderar el país tras medio siglo sumida en el ostracismo político. Una nueva generación de políticos encabezada actualmente por Gabriel Boric, podría liderar esta nueva transición si consigue ganar las elecciones del próximo mes de noviembre. Alrededor de la candidatura de Boric se agrupan jóvenes formaciones políticas como el Frente Amplio y partidos históricos como el Partido Comunista. Un proyecto que se ha renovado en fondo y forma, pero que no ha abandonado al principal referente histórico de la izquierda chilena: Salvador Allende.

Buen ejemplo de ello fueron las primarias de la izquierda del pasado mes de julio, donde Gabriel Boric cerró su discurso de victoria con una icónica frase del presidente Allende: «Más temprano que tarde se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre y la mujer libre para construir una sociedad mejor». Y es que, en el seno de la izquierda chilena, cincuenta años después del trágico final de Allende, su figura sigue siendo reivindicada por numerosos sectores que buscan presentarse como depositarios del legado allendista. Una figura que ha generado agrios desencuentros, pero cuya relevancia es fundamental para entender el pasado y proyectar el futuro de la izquierda chilena.

La importancia de Allende

Es triste, pero suele suceder que cuando hablamos de Allende casi siempre nos centramos en sus últimos momentos con vida. Se suele hacer referencia a sus emotivas últimas palabras; a como se negó a huir al exilio y eligió resistir en La Moneda; a la traición del General Pinochet, que fue nombrado Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas por el propio Allende dos semanas antes del golpe; o al papel de Estados Unidos en el golpe de estado de 1973. Sin embargo, la potencia política de la figura del presidente de la Unidad Popular va mucho más allá de su triste final. Y para poder apreciarlo, tomar distancia del Allende mártir para adentrarse en el Allende político resulta un ejercicio más que necesario.

La trayectoria política de Allende arranca mucho antes de los mil días de gobierno de Unidad Popular. Médico de profesión y militante socialista desde la década de los 30, Allende fue Ministro de Salubridad en el gobierno del Frente Popular de Pedro Aguirre Cerda (1938- 1941), y senador desde el año 45 hasta su llegada a La Moneda en 1970. Su acción política como militante socialista y parlamentario siempre estuvo encaminada a mejorar las condiciones de vida de las clases populares, y desde el Senado impulsó proyectos tan importantes como la Ley n° 10.383 que creó el Servicio Nacional de Salud (la Seguridad Social chilena, eliminada por la Junta Militar en 1982). Más de tres décadas de trabajo político, donde además de su actividad parlamentaria, viajó por toda América Latina, y fue candidato a la presidencia en tres ocasiones antes de lograrlo a la cuarta, en 1970.

De convicciones marxistas y humanistas, Allende nunca abrazó el estalinismo ni fue un marxista dogmático. Se trataba más bien de un socialista heterodoxo, que en su formación política recibió influencias de distintas corrientes socialistas y libertarias. De hecho, tal y como cuentan importantes biógrafos del expresidente como Mario Amorós, uno de sus primeros contactos con la política fue a través de un carpintero anarquista de origen italiano emigrado a Valparaíso que dejó una indeleble huella libertaria en su pensamiento[1]. Otras figuras cercanas al expresidente como Sergio Vuskovic, alcalde de Valparaíso durante el gobierno de la Unidad Popular y amigo suyo desde la universidad, insisten en que Allende no era un marxista al uso, y que su principal referencia era la revolución francesa[2]. Estas variadas influencias, sumadas a su larga carrera como representante de la izquierda en las instituciones, llevaron a Allende a defender un binomio muy poco común en aquellos tiempos: socialismo y pluralismo político. En una época en la que los grupos armados revolucionarios proliferaban por todo el continente y en la que en los países donde la revolución socialista había triunfado se adoptaron modelos de partido único, Allende defendió incansablemente su "vía chilena al socialismo" en la que democracia, pluralismo político y socialismo iban de la mano. Esta defensa se mantuvo hasta en los momentos más tensos para la Unidad Popular, y horas después de un fallido golpe de estado el 29 de junio de 1973, Allende defendió su proyecto ante una multitud que le reclamaba que repartiera armas entre los trabajadores para hacer frente al golpismo:

El proceso chileno tiene que marchar por los cauces propios de nuestra historia, nuestra institucionalidad, nuestras características y por lo tanto el pueblo debe comprender que yo tengo que mantenerme leal a lo que he dicho; haremos los cambios revolucionarios en pluralismo, democracia y libertad…[3]

Este escrupuloso respeto que siempre mantuvo hacia las instituciones chilenas (incluido el Ejército) se conjugó con una visión marxista de la economía, que quedó plasmada en su acción de gobierno con la histórica nacionalización del cobre (apoyada por todos los partidos de la cámara) y la creación del Área Social, un área económica bajo control del Estado donde se integraron los sectores estratégicos nacionalizados durante su mandato. A pesar de las presiones internas y externas, Allende cumplió durante su mandato el núcleo fundamental de sus propuestas de campaña, lo que, desgraciadamente no le sirvió para evitar ser derrocado. Como bien señala el politólogo y exasesor de Allende Joan Garcés, las presiones e injerencias no consiguieron evitar que Chile entrara en una fase de transición al socialismo de manera pacífica. No fue la política económica ni el incumplimiento del programa electoral, lo que terminó destruyendo el gobierno de la Unidad Popular, sino la incapacidad de crear instrumentos para consolidarse y mantenerse en el poder, según afirma el politólogo valenciano[4].

Además de su integridad y de los logros de su gobierno, la principal lección que dejó Salvador Allende para la izquierda fue su capacidad de crear un movimiento pacífico de masas en una época donde proliferaban las guerrillas armadas por todo el continente. Para el expresidente el único camino era la no violencia, una convicción que llevó hasta las últimas consecuencias y que convirtió a la Unidad Popular en uno de los proyectos más innovadores de la izquierda latinoamericana. Alrededor de Allende se agruparon los históricos Partido Socialista y Comunista, formaciones más moderadas como el Partido Radical e incluso los sectores más izquierdistas del catolicismo representados por el MAPU. Una coalición de marxistas, laicos y cristianos, como decía el propio Allende, que representó el proyecto más esperanzador de la historia de la izquierda chilena.

La disputa de un legado

"Cuenten conmigo para lo que necesiten, que aquí estamos para continuar el legado de Allende, del cual me siento completamente depositario". Estas palabras del precandidato comunista Daniel Jadue dirigidas a la militancia socialista semanas antes de las primarias de la izquierda desencadenaron una enorme polémica entre socialistas y comunistas. Que el precandidato presidencial del PC llamara a sectores del socialismo a votar por él como "heredero de Allende", indignó a importantes cargos del Partido Socialista que cargaron duramente contra Jadue, al que acusaron de oportunista y de querer apropiarse indebidamente de la figura del expresidente socialista.

Las numerosas disputas sobre el legado de Salvador Allende muestran hasta qué punto su figura conserva relevancia a día de hoy. Sin embargo, muchas de estas luchas por erigirse como representantes puros del "allendismo" son tremendamente banales y contradicen completamente el pensamiento del Presidente. El legado de Allende no pertenece a nadie, sino que se trata de un legado colectivo que la izquierda chilena no debe disputar entre sus distintas facciones, sino compartir, pues de una manera o de otra todos son hijos de Allende.

Esta herencia basada en el respeto a las instituciones democráticas, la firmeza en las convicciones de construir una sociedad más igualitaria y erradicar la pobreza, y una escrupulosa integridad moral, es hoy más importante que nunca. En un contexto de crisis sanitaria que ha castigado duramente a los estratos más desfavorecidos, y en el que la clase política se encuentra completamente deslegitimada, la firmeza de principios de Allende y su determinación para cumplir con el programa se presentan como dos ingredientes imprescindibles para las fuerzas progresistas. Junto a ello, el respeto a las instituciones que siempre defendió Allende será otro punto fundamental para la izquierda si alcanza el ejecutivo, en una legislatura en la que junto a los tres poderes de Montesquieu convivirá un cuarto poder, el constituyente, encarnado por la Convención Constitucional.

Pero para poner en práctica muchos de estos principios la izquierda tendrá que alcanzar el Palacio de La Moneda, para lo cual le queda un largo camino. Al igual que en los tiempos de Allende, la unidad será clave para lograr este objetivo, y exactamente igual que surgió hace cincuenta años, la discusión sobre si extender las alianzas hacia el centro estarán muy presentes en el debate público los próximos meses. Los tiempos han cambiado mucho desde entonces, y aunque la vieja alianza de Allende que abarcaba desde marxistas a católicos sea irrepetible, la izquierda deberá extender sus redes para tratar de convencer al menos al 50% de las personas que acudan a las urnas a finales de 2021. En este viaje, la pedagogía y el compromiso por lo común de Allende serán fundamentales para lograr una mayoría que permita transformar el país.

Como decía el cineasta Patricio Guzmán en uno de sus icónicos documentales sobre la historia chilena, "Allende encarnó la utopía de un mundo más justo y más libre que recorría el país en aquellos tiempos"[5]. Una utopía que pudo llegar a materializarse de no ser por el golpismo. Hacia allí debe caminar hoy la izquierda chilena, para la cual, el legado de Allende debe estar más presente que nunca en esta nueva etapa.

Jaime Bordel (@jaimebgl) es politólogo y jurista por la Universidad Carlos III y colaborador de medios como El Salto, CTXT y Descifrando la guerra.

Crònica republica el artículo, desde LaU por estar bajo licencia Creative Commons y por su interés



Notas

[1] Amorós, M. (2014). Allende. La biografía. B de Books.

[2] Guzmán, Patricio (Director). (2004). Allende [Película vídeo online]. Alta Films.

[3] Cita en: Amorós, M. (2011). Compañero presidente: Salvador Allende, una vida por la democracia y el socialismo. Universitat de València.

[4] Garcés, J. E. (2013). Allende y la experiencia chilena: Las armas de la política. Siglo XXI de España Editores.

[5] Guzmán, Patricio (Director). (2004). Allende [Película vídeo online] Alta Films.


|| * Creative Commons que republicamos por su interés
Publicat per Àgora CT. Col·lectiu Cultural sense ànim de lucre per a promoure idees progressistes Pots deixar un comentari: Manifestant la teua opinió, sense censura, però cuida la forma en què tractes a les persones. Procura evitar el nom anònim perque no facilita el debat, ni la comunicació. Escriure el comentari vol dir aceptar les normes. Gràcies

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