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¿Tu unidad? No, la unidad; y ven conmigo a buscarla

El sábado por la noche, a la salida de Vistalegre me encontré con Alberto Pradilla, periodista de Gara en Madrid. Me dijo una de las cosas que había puesto en su crónica del día: que todo el mundo coreaba la palabra “unidad” pero que no significaba lo mismo para todos. Llevaba razón. La unidad es un valor hermoso, pero polisémico.

El Congreso del Partido Popular fue una exhibición de un tipo de unidad, la unidad de un partido uno, grande y, concedámoslo, libre. La única cuestión (extremadamente menor) cuyo debate no se pudo eliminar ex ante fue resuelta de acuerdo con la voluntad del líder entre tímidas protestas por un supuesto. La unidad del PP consiste en el alineamiento tras el líder, el que sea, el que toque, Aznar, Rajoy o Fraga sin que haya cuestión política o criminal que permita encontrar más debates que en la más férrea dictadura en que se pueda pensar.

La otra forma de apelar a la unidad considera que la democracia no es un instrumento para la división sino para la resolución unitaria de la diversidad. De esta forma de entender la unidad son hijas la diversidad y el encuentro fraterno, la libertad de expresión, el pluralismo… Si hay alguna apuesta rupturista con el siglo XX es asumir que la defensa radical de la democracia nos condena al fracaso si no asume, también radicalmente, los valores liberales que muchas veces se contrapusieron a los democráticos: hasta hacerse hegemónica una cosa que se llama democracia liberal que está en manos de poderes que atacan la democracia y desprecian la libertad.

La democracia así entendida es un instrumento para la unidad. Obviamente es más compleja que la vía autoritaria y uniformizadora: lo es como forma de organizar la sociedad y también como forma de organizar un partido. Por eso el autoritarismo uniformizador es tentador (para quien tiene el poder y uniformiza a su imagen y semejanza, claro). Pero está condenado al fracaso.

El PP es un partido que no sólo está podrido sino que no aporta una sola solución (siquiera injusta) a las crisis que vive España. En buena parte ese anquilosamiento y esa podredumbre son hijos de la ausencia de democracia y pluralismo interno.

Que quien se mueva no salga en la foto es la garantía de que no aparezca una sola idea mínimamente innovadora cuando la crisis política (especialmente aguda en las viejas tradiciones políticas) más les exigiría generar pensamiento si quieren seguir existiendo no ya tras unas elecciones sino tras este ciclo político. Pero, además, la maquinaria férrea y compacta es el abono perfecto para que surjan redes clientelares y corruptas que siempre acaban gobernando el partido como tramas que a veces cooperan, a veces compiten, pero tienen como interés común que se siga manteniendo el tinglado.

Por eso el “pluralismo” en partidos como el Partido Popular recuerda más a la diversidad de familias en las películas sobre el Chicago de los años 30: que normalmente se contentaban con mantener sus ámbitos de influencia, con hacer llegar al alcalde el sobre de rigor para mantener su complicidad y que reducían el debate en periodos de normalidad al intercambio de cabezas de caballo.

La democracia interna en los partidos, el pluralismo y la preservación de la diversidad puede no ser una cuestión de principios: quien rechace la forma autoritaria de organizarse del PP lo que debe hacer es dejar de militar en él. Lo que sí que ocurre es que la democracia, el pluralismo, el trato fraterno entre compañeros, el debate respetuoso… son productivos: son el mejor instrumento para que el partido sepa interpretar el país, para que los dirigentes no se encierren en burbujas aquiescentes de las que nunca sale un avance intelectual y para que exista un clima en el que dé gusto militar y por tanto empujar. Además, donde no hay divergencias, pesos y contrapesos y control desde las bases de los dirigentes surge irremediablemente el oscurantismo, el descontrol, la impunidad y finalmente la corrupción como forma de organización.

Tampoco es cierto que un partido se tenga que organizar como tal partido organizaría la sociedad: es evidente, por ejemplo, que un partido en la clandestinidad no puede organizarse con apertura y democracia y eso no es reflejo del país que quisiera construir sino del país en el que lucha; del mismo modo cabe entender (incluso desde la discrepancia con algunas decisiones tomadas entonces) la construcción de un partido con el poder excesivamente concentrado (personal y territorialmente) como fue el Podemos de Vistalegre I, pensado para la construcción ex nihilo de un partido nuevo y para una maratón electoral.

Lo que sí ocurre es que la construcción de un partido con el poder concentrado prima las conductas menos porosas y fraternales, es decir, no es una cuestión meramente burocrática sino que se convierte en cultural: y que la cultura política que hay dentro es la que se tiene cuando se gobierna no es deseable ni deja de serlo, es simplemente inevitable. Cabe analizar los indiscutibles excesos que nos han llevado a tanta crispación interna previa a Vistalegre II como hijas de una indigestión de la diversidad,  un coste de la cultura política heredada de Vistalegre I en la que ya se funcionaba señalando un enemigo interno.

Hay algunas consecuencias claras de Vistalegre II. Uno, indiscutible, es el respaldo a Pablo Iglesias, cuya identificación con el conjunto Podemos es altísima. Otro es la pluralidad de identidades (más dibujadas de lo que sería deseable) y posiciones políticas y el enorme peso de las mismas: a pesar de la dificultad para adivinar el peso político material de cada posición que se esconde tras el sistema electoral parece evidente que la nueva dirección será inteligente si construye el Podemos post Vistalegre II de la mano de la gente que ha apoyado a Recuperar la Ilusión y Podemos en Movimiento; quien se sienta tentado de aplicar rodillos y no busque la paz sino la victoria lo que garantizará será la derrota de Podemos. Y un tercero es que nadie está de acuerdo con cómo se ha gestionado el debate que necesitábamos.

El resultado de Vistalegre II ofrece varios ingredientes para una receta que tendrá que administrar la nueva dirección de Podemos y a la que tendremos que ayudar todos, desde todas las posiciones de partida. Toca cocinar “unidad” aunque ya sabemos que es palabra polisémica y el mismo plato cocinado por distintos chefs puede resultar irreconocible. Pero si la simultaneidad con el congreso del PP nos debe enseñar algo es que haber gestionado mal el debate no puede hacernos desear una unidad como la de ese partido. A todas las partes que concurrimos a Vistalegre II nos toca generosidad y humildad. Y Pablo Iglesias, cuyo liderazgo sale claramente revalidado, tiene la responsabilidad principal de intentar que la receta de la Unidad tenga en la guarnición democracia, pluralismo, diversidad… y la fraternidad que en algún momento del camino quedó tan debilitada.



(*) Hugo Martínez Abarca es diputado de Podemos en la Asamblea de Madrid y autor del blog Quien mucho abarca.
* Crónica agradeceal autor que cmparta sus opiniones también con nuestros lectores.
* Creative Commons
Publicat per Àgora CT. Col·lectiu Cultural sense ànim de lucre per a promoure idees progressistes Pots deixar un comentari: Manifestant la teua opinió, sense censura, però cuida la forma en què tractes a les persones. Procura evitar el nom anònim perque no facilita el debat, ni la comunicació. Escriure el comentari vol dir aceptar les normes. Gràcies

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