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La verdad (no) (os) hará libres Xandru Fernández


"¿Recordáis cuando decíais que el Régimen del 78 ponía trabas a la difusión de B. La película? Mañana la venden con El País". Es un tuit del escritor Miguel Barrero. Últimamente sus opiniones y las mías son tan discordantes que nos preocuparíamos ambos si empezáramos a ver el mundo de forma parecida. Esta vez lo ha clavado. Para tranquilizarle y evitar que coja el teléfono y llame al 112, me veo en la obligación moral de ponerle un pero: no creo que fuese el Régimen del 78 quien pusiera trabas a nada, sino tan solo el PP, y más concretamente la facción del PP que hace las veces de gobierno. Pero la observación en su conjunto es atinada: o El País no es tan del régimen como decíamos, o B. La película no es tan demoledora como suponíamos. O ninguna de las dos cosas.

Sucede que el modelo ilustrado con el que tan a menudo tratamos de comprender el papel de la información en el sostenimiento de las relaciones de poder, ya no es un modelo válido, si es que alguna vez lo ha sido. Entiendo por "modelo ilustrado" aquel que aprehende la función de la información en los procesos de transformación social como si se tratase de un bien cuya difusión por sí misma operara a la manera de un abrelatas de las conciencias y activara en los ciudadanos un dispositivo de acción política coherente con la nueva información recibida, la cual, como cabría esperar, es objeto de censura u ocultación por parte de los poderes directamente amenazados por esa acción política. Sé que no estoy defendiendo ningún punto de vista insólito ni original, pero creo oportuno insistir en ello, habida cuenta de que buena parte de la izquierda sociológica sigue aferrada a ese modelo con la fe del converso y cabría suponer que es justo esa fe la que precipita ulteriores desengaños y decepciones: ¿o no es verdad que, incluso vacunados contra la creencia de que el saber nos hará libres, seguimos sin comprender por qué nuestros vecinos votan como si no existiera Bárcenas, ni Camps, ni Pujol?
 
El País no oculta que los papeles de Panamá salpican a la Casa Real, a Messi o a Almodóvar, simplemente desplaza la atención de sus lectores hacia otro punto
De nuevo El País: el día que se conocieron los papeles de Panamá, el diario oficial del espíritu del 78 se descolgaba con dos titulares antológicos: "Venezuela aparece en 241.000 documentos de la filtración de Panamá" y "La mayor filtración de datos sobre sociedades opacas señala a Putin". Si el modelo ilustrado es correcto, la principal preocucupación de los poderes económicos en este caso consistiría en tratar de ocultar los datos que pudieran dañar las relaciones de poder. A pesar de lo que sugieran esos dos titulares, no obstante, no hay ocultación alguna: El País no oculta que los papeles de Panamá salpican a la Casa Real, a Messi o a Almodóvar, simplemente desplaza la atención de sus lectores hacia otro punto, probablemente con la intención de utilizar esas revelaciones en su propio beneficio (en beneficio de su campaña de satanización del chavismo, por ejemplo). Los redactores de El País deben prever, por otra parte, que sus detractores harán uso de esos titulares para denunciar, una vez más, la demagogia del diario. No parece importarles demasiado: también deben haber previsto que cualquier crítica a la Casa Real, a Macri o a Poroshenko podrá ser cuestionada mediante el oportuno tu quoque invocando al exjefe de seguridad de Chávez o al presidente ruso.

La izquierda sociológica no recurre al modelo ilustrado simplemente porque sea el más adecuado para explicar grandes tramos de la historia reciente de nuestras sociedades. También es víctima de un renovado optimismo tecnológico, por el cual se interpretan las redes sociales como potentes amplificadores de las verdades esenciales que los medios convencionales ocultan o censuran. Ocurre, sin embargo, que la amplificación también genera ruido, como sabe cualquier aficionado a la electrónica o a la semiótica. Y ocurre que ese fenómeno de amplificación de la información va de la mano de otro cuya lectura no puede ser tan optimista: la parcelación, la fragmentación y la estratificación de los públicos, hasta el punto de que los miembros de una misma red de complicidades pueden asistir a un incremento exponencial de información sobre un tema sin que en otras redes de complicidades se haya sentido la más mínima conmoción: cinco mil personas conectadas por Facebook que comparten insistentemente los mismos memes, no dejan de ser cinco mil personas aisladas de un conjunto de varios millones.

Como he dicho, nada de todo esto es precisamente novedoso. Tal vez por eso sea importante repensarlo, en lugar de refugiarse en la ilusión de que cuarenta mil seguidores en Twitter son la expresión de una nueva hegemonía cultural. Lo cierto es que el saber no nos está haciendo más libres, salvo a la manera estoica, hegeliana, de la conciencia desdichada: nos permite sobrellevar las relaciones de poder con una cierta superioridad moral, basada fundamentalmente en el orgullo del que sabe o cree saber frente a la masa ignorante que vive en las tinieblas. Lo cierto, también, es que es el éxito el que lava los pecados del mundo, y que a Messi no se le adora porque se desconozca su vida fiscal, sino porque es un jugador excepcional (o eso dicen los que saben de fútbol).

El desocultamiento de los secretos bancarios y de Estado (cada vez más anudados unos con otros, si es que alguna vez estuvieron separados) nos obliga a una astucia de nuevo cuño: combinar la lenta construcción de una nueva hegemonía con una no menos lenta actividad prosaica, de denuncia (ante los tribunales, no ante los egos electrónicos de nuestros amigos), de rechazo (puede que ya se den las condiciones para una campaña masiva de desobediencia fiscal). En cualquier caso, desconfiemos de la vulnerabilidad de los poderes frente al flujo de secretos: por ingente que sea la información contenida en ellos, si a los papeles de Panamá no se les da una traducción jurídica y política, llegará el día en que nos los vendan como coleccionables con el ABC.


La verdad (no) (os) hará libres  por Xandru Fernández se publicó primero en Diagonal

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