Por lo general y por desgracia las crisis no arreglan las desigualdades sino que las hacen más visibles y, a menudo, las agrandan. Por eso, entre otras cosas, para el feminismo esta crisis sanitaria, social y económica es un aldabonazo que debe requerir mucha de nuestra energía, porque si no la afrontamos con perspectiva de género y si no peleamos porque cada una de las medidas que se tome tenga en cuenta el impacto en la desigualdad previa, nos vamos a encontrar con un aumento espectacular de la misma y una peligrosa erosión de nuestros derechos. También suele decirse que toda crisis conlleva una oportunidad pero, para que lo sea, creo sinceramente que las feministas debemos empeñarnos en ello y recuperar una cierta unidad de acción y un replanteamiento de la agenda inmediata. Si hablamos de derechos de las mujeres hablamos también de justicia social para toda la población y, para ello, para salir con más justicia social del periodo de la post pandemia el feminismo es una herramienta imprescindible que ofrece importantes aportaciones teóricas y políticas capaces de explicar el mundo que vivimos y también el que necesitamos. El feminismo tiene capacidad para explicar las crisis en las que nos vamos a ver inmersos quizá porque, en realidad las mujeres siempre hemos estado en crisis, aunque únicamente cuando éstas afectan a la mayoría de los hombres, se consideran como tales.
Hace unos días señalé en una entrevista que era imprescindible contemplar la perspectiva de género en todas las medidas sanitarias, sociales y económicas en relación a la pandemia e, inmediatamente, recibí decenas de mensajes preguntando qué tiene que ver una pandemia con el sexo. La respuesta obvia es que todo tiene que ver con el sexo porque cualquier crisis social que caiga sobre una desigualdad previa lo que hace es magnificarla, como dije al principio; no hay un terreno social neutro al sexo. Así lo han entendido todas las instituciones internacionales que ya están publicando informes y haciendo llamamientos acerca de la importancia de contemplar la desigualdad entre mujeres y hombres en todo lo que haga referencia al virus. España, por cierto, está recibiendo reconocimientos internacionales en su manera de abordar esta emergencia sin desatender la lucha por la igualdad en ningún momento. Eso mismo hay que seguir haciéndolo en la post pandemia (que, además, puede ser muy larga)
En cuanto a la pura exposición al virus, más del 80% de los profesionales de los servicios de cuidados en el ámbito de los servicios públicos y de salud y más del 90% de las cuidadoras a domicilio y en residencias son mujeres. Son mujeres, por tanto, la mayoría de las personas que ocupan la primera línea en esta emergencia, y lo están pagando caro (según la ONU más del 75% de infectados en el sector sanitario en España son mujeres). Pero además, son también las peor pagadas (muchas de ellas ni siquiera disfrutan de un contrato de trabajo) y las que trabajan con menos seguridad. Así pues, la segregación sexual en el mercado de trabajo implica, para empezar, diferentes niveles de exposición al virus. Y, aunque parece que las mujeres mueren menos a causa del Covid-19, sabemos por otras pandemias que los análisis de género son muy importantes para hacer más efectiva la lucha contra cualquier enfermedad y para asegurar la efectividad de las vacunas, ya que ni unas ni otras afectan igual a hombres que a mujeres, tanto por motivos biológicos como sociales.
En lo relativo al confinamiento, lo que vemos es que con escuelas y centros de día cerrados, son las mujeres las que se hacen cargo, de manera muy mayoritaria, del cuidado en la casa y de las personas que viven en ella, incluso aunque ellas mismas teletrabajen. Especialmente complicada es la situación de aquellas familias monoparentales (85% compuestas por mujeres) en las que las mujeres tienen que salir a trabajar. ¿Qué hacen estas mujeres: doctoras, enfermeras, cajeras, cuidadoras… con sus hijos e hijas? Estas familias, además, si ya son las más pobres, se encuentran ahora en un riesgo aún mayor. Teniendo en cuenta la situación actual de desigualdad en el empleo, la temporalidad y la precariedad en muchos de los empleos ocupados por mujeres, las familias en las que el único ingreso es el de la madre van a verse más empobrecidas aun (y ya son las más pobres).
Las recesiones se ceban en los más vulnerables económica y socialmente, esto es, en las mujeres más pobres. La OIT estima que, a raíz de esta pandemia, se pueden perder 25 millones de puestos de trabajo en Europa. En España, un país con poco tejido industrial, un país de servicios, las más perjudicadas serán ellas. Además, uno de los sectores más vulnerables será el del trabajo informal, ampliamente feminizado y ocupado en gran parte por migrantes. Trabajadoras domésticas, cuidadoras, aparadoras, mariscadoras, recogedoras de fruta y verdura,… que trabajan muchas veces sin derechos, van a ser sin duda las más expuestas a los despidos; despidos, además, sin derechos. Si después de la pandemia se recorta en Servicios Sociales, en escuelas infantiles, en servicios públicos de cuidado, las más perjudicadas serán las que han estado cuidando de todas y todos, tanto como trabajadoras como en tanto cuidadoras no remuneradas de sus familias.
Además de los periodos de confinamiento, que pueden repetirse en el futuro, más despidos y más teletrabajo pueden significar más tiempo en casa para ellos y ellas. Y aquí no se puede dejar de mencionar el efecto que estos cambios pueden ejercer sobre la violencia machista. Asesinatos, violaciones y abusos se producen en mayor número cuanto más tiempo pasan las mujeres con sus agresores. El 64% de las mujeres asesinadas en todo el mundo lo es a manos de un hombre con el que convive. Las cifras que en estos momentos se están manejando indican que en todos los países europeos la violencia de género ha aumentado, con el agravante de que las mujeres pueden tener en una situación como esta más dificultades para acceder a los servicios de apoyo y que muchas han perdido su empleo a causa de la crisis, por lo que no son independientes económicamente. Todo esto empeora si hablamos de mujeres pertenecientes a cualquier minoría, porque los discursos de odio explotan con más facilidad cuando crecen la rabia, la frustración y la impotencia entre la población.
Por otra parte, más desempleo y, sobre todo, más teletrabajo va a significar un cambio no sólo en el ámbito laboral sino que podría tener incidencia en las normas sociales, y ambas cosas pueden significar oportunidades, desafíos y retrocesos. Desde una visión optimista algunas investigadoras apuntan que nos encontramos ante una oportunidad única para poner en valor lo ya teorizado y luchado por el feminismo y que se abren oportunidades de cambio. La extensión del teletrabajo podría suponer, por ejemplo, la erosión de la granítica división sexual del trabajo que, al fin y al cabo, se basa (teóricamente) en que ellos salen a trabajar mientras que las mujeres se ocupan del trabajo doméstico y de cuidado, es decir, del que se hace en casa. Ahora puede ser que muchos hombres empiecen a pasar mucho más tiempo en el hogar al mismo tiempo que ella, que también está teletrabajando, lo que podría favorecer la corresponsabilidad en algunos hogares. Y más aun si es la mujer la que sale a trabajar y él el que se queda. Pero tampoco es difícil pensar que, al contrario, más tiempo en casa puede suponer un reforzamiento de la división sexual del trabajo y los estereotipos de género. Es decir, que los hombres estén más tiempo en casa no supone necesariamente que vayan a ocuparse de las tareas domésticas mientras que el hecho de que las mujeres pasen más tiempo en casa, sí nos puede hacer pensar que van a ser ellas las que asuman más trabajo. Debemos por tanto estar atentas para desarrollar análisis y políticas que tengan en cuenta que trabajar en casa puede significar un aumento de la desigualdad y no lo contrario. En el lado de las oportunidades podría ocurrir también que, a largo plazo, sobre todo si nos preparamos para futuras pandemias, los servicios públicos de cuidado y sanitarios requieran de inversiones que sirvan no sólo para contratar a muchas mujeres en condiciones dignas, sino también para revalorizar esos trabajos feminizados.
Estamos ante una situación completamente nueva que ha revelado como ciertas muchas de las contribuciones políticas y teóricas del feminismo. El feminismo lleva siglos analizando y politizando la desigualdad de género y construyendo un acervo político y teórico que ahora se revela imprescindible. En las últimas décadas, ha puesto de manifiesto que el sujeto neoliberal independiente es una ficción que se sostiene sobre la vida de cuidadoras precarizadas e invisibles, que nadie se mantiene solo, que somos seres interdependientes y frágiles; ha puesto de manifiesto la necesidad de servicios públicos universales de calidad, que los trabajos relacionados con el cuidado son absolutamente esenciales para sostener la vida, que la interdependencia y la dominación no se producen solo entre los seres humanos, sino que también la naturaleza se ha convertido en una otredad explotada y, respecto a esta, estamos muy cerca de alcanzar el punto de no retorno. El feminismo ofrece un proyecto completo de sociedad, de mundo, y ha teorizado de qué manera tenemos que redefinir por entero nuestra forma de vivir y de relacionarnos entre nosotros, nosotras, y con el planeta, lo que exige introducir el bienestar de todos los seres humanos como un objetivo político impostergable, como la medida principal de cualquier programa político y social; que nuestro objetivo es conseguir para todas y todos vidas dignas de ser vividas, y hacerlo ya, para lo que es imprescindible cambiar la mirada sobre el mundo para construir una buena vida que sea sostenible. En definitiva, el feminismo, en toda su riqueza teórica y política, ha puesto de manifiesto que tiene un proyecto emancipador para todas y todos que tenemos que seguir empujando y peleando especialmente ahora; cuando detenerse puede significar retroceder.
En el lado más negativo podría ocurrir que todo lo que tiene que ver con el feminismo sea postergado ante cosas "más importantes"; una situación que las feministas conocemos de sobra. Que el feminismo sea más o menos importante tras la emergencia dependerá de la correlación de fuerzas. Habíamos ganado una parte importante del sentido común antes de esta crisis; sometido a tensión, sí, pero mayoritario. Lo que ocurra ahora dependerá de nuestra capacidad para defenderlo y ampliarlo. Y ahí nos necesitamos todas.
Beatriz Gimeno Directora del Instituto de la Mujer
* Crònica agradece a la autora que desde el principio de nuestra publicación siempre haya compartido sus opiniones con nuestros lectores
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