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“Responsabilizar al menor de los actos que realiza no debe tener lógica de castigo sino educativa”


Manuel Tarín encabeza un equipo de nueve educadores sociales en el centro de menores Casa Don Bosco de Valencia, un centro funcional que trabaja con chicos de entre diez y 18 años. Para la gran mayoría de la sociedad, los centros de menores quedan tras la imagen desfasada de los viejos correccionales. Poco tienen que ver con ellos las actuales instituciones, que tienden a la especialización en función de las características y necesidades de los menores. La muerte de un profesor en el Instituto Joan Fuster de Barcelona a manos de un menor de 13 años con una ballesta hace unos días, devuelve a primera plana el trabajo del educador social y su función, de paso que reabre la dialéctica entre castigo y reinserción. Aspectos, que multiplican sus consecuencias cuando se habla de menores.

¿Qué tipo de centro es Casa Don Bosco?

Es un centro de protección de menores, que hoy en día es una cuestión muy amplia y que no se conoce mucho. Está la visión antigua de niños huérfanos, desamparados, abandonados… La sociedad ha evolucionado y aquí hay chavales que sí viven algún tipo de abandono o desatención, pero la mayoría tiene padres y dificultades en sus entornos familiares o sociales, y necesitan algún tipo de apoyo para poder desarrollarse. Conviven situaciones muy diferentes. Desde chavales a los que la Administración ha retirado la tutela a sus padres, hasta padres que han pedido ayuda porque encuentran dificultades en la educación de sus hijos.

¿Qué tipo de trabajo se hace en el centro?

Hay una parte de atenciones básicas, la vida cotidiana de ir al colegio, hacer los deberes, ducharse, ir al médico o comprarse ropa. Y luego hay otra tarea educativa en la que se trabaja cuestiones emocionales, de conducta o de relaciones con los otros.

¿Es en esa segunda parte donde entra la faceta del educador social?

Es un trabajo que combina la gestión de la vida cotidiana con el trabajo educativo sobre aquellas cuestiones que afectan al desarrollo del menor. Es un trabajo especializado porque se afrontan situaciones difíciles en los niños y que requieren de personal que sepa atenderles. Muchas veces el educador social trabaja sobre esos problemas emocionales o relacionales del menor a partir de situaciones de la vida cotidiana. Cuando está con el niño comiendo o acompañándolo al colegio es cuando salen dificultades y cuando se trabajan.

¿El menor reacciona mal ante la idea de ingresar en un centro?

Casi ningún niño o adolescente suele llevar bien tener que estar en un centro. Por muy mala que sea la situación familiar, salir de su entorno para ir a un centro es complicado para los chavales. Hay cierta sensación de pérdida o desubicación, y les suele costar un poco. Casi siempre suele estar más convencida la familia que el propio menor. Poco a poco la dinámica positiva del centro hace que la opinión de los chavales cambie.

¿Hay casos en los que los padres lleven a sus hijos al centro?

Son los servicios sociales que trabajan con las familias los que proponen a algunas familias que su hijo entre en un centro antes de que la Administración tome una medida drástica. Muchas veces sí vienen, pero con una propuesta hecha de los servicios sociales a la familia.

Para algunos progenitores puede suponer un fracaso no haber llevado una línea educativa correcta con sus hijos. ¿Se trabaja también con los padres?

Ocurre cada vez más. Antes a los centros llegaban chavales en situaciones muy marginales y los padres habían casi tirado la toalla. En la medida que los problemas van a afectando a toda la sociedad, todo tipo de familias se encuentran estas dificultades. Ellos llevan un poco peor que sus hijos estén en un centro y sí que tienen esa sensación de fracaso personal. Nuestra principal encomienda es el trabajo con los niños y adolescentes, y de ahí actuamos con la familia.

Desde fuera existe la percepción de que la mayoría de los menores llegan a los centros por problemas de conducta.

No sucede en todos los centros. El nuestro es de los que se llaman funcionales, que son para todo tipo de chavales. Luego hay centros especializados en jóvenes con determinados problemas de conducta, menores embarazadas, chavales con necesidades especiales… El sistema de protección tiene centros especializados y a un centro como este, que es diríamos un centro ordinario, no vienen chicos y chicas con especiales problemas de conducta, aunque muchos los tienen porque han vivido situaciones de desatención o han tenido pautas educativas inadecuadas en sus casas. Son chavales que tienen necesidades de atención familiar.

¿Nos estamos olvidando del origen de los problemas que hacen que un menor acabe en un centro?

De hecho, parece que es a lo que tiende el sistema de protección de menores, a apostar por centros especializados para adolescentes que crean problemas importantes en la sociedad. Hay otros muchos chavales para los que centros como este pueden ser muy importantes para su desarrollo personal. Parece que preocupa ese problema emergente. Muchos de los menores que están aquí, si no tuviesen esta atención, cuando se hiciesen más mayores puede que derivasen en problemas de conducta. Aunque aquí lleguen los casos que no se han podido atender en el sistema preventivo, los centros de menores cumplen una función preventiva para que no se produzcan desajustes mayores.

En vistas del debate sobre la bajada de la edad penal en España, ¿importa socialmente más el castigo que la reinserción a pesar de que son menores?

El tema de la bajada de la edad penal es recurrente, aunque estadísticamente sean casos muy puntuales. Hemos avanzado y se tiene claro que lo importante es responsabilizar al menor de los actos que realiza. Es algo que hace 20 años no teníamos. Eso es educar también al menor, pero no debe tener una lógica de castigo sino educativa. Hay que ayudarle a que se responsabilice y ese debería ser el debate, dotar de recursos para ayudar a responsabilizarse a los menores. Pero eso no arregla metiendo a un menor en un centro cinco, siete u ocho años, sino haciendo en el centro un trabajo educativo y recuperador que le responsabilice y le ayude a hacerse cargo de lo que ha hecho y a orientar su vida por otro lado. Eso es diferente al castigo o al encierro por el encierro. La lógica penal no es la única que debería actuar en estos casos, sino también la educativa, teniendo en cuenta que un educador se va dedicar a que el menor se responsabilice de lo que ha hecho y se recupere de la dinámica negativa en la que está.

¿Hay medios para que esa atención sea personalizada?

En centros pequeños como este, los recursos permiten una atención individualizada a los menores y hacer con ellos esa labor educativa. En centros más grandes, es más complicado. Conforme más se concentra en un centro un tipo de población, que es a lo que tiende el sistema, se hace más complicado ese trabajo.

La labor es compleja y difícil. ¿Qué piensas de algunos programas de televisión que lo muestran como algo fácil?

La televisión es televisión. No es la realidad. El trabajo educativo con chavales con dificultades es realmente complicado. Es un trabajo de proceso, no es inmediato y no se revuelve en el momento. Estos programas muestran respuestas inmediatas y eso no es así, requiere un proceso largo con muchas idas y venidas, y hay que contar con la voluntariedad del chaval para poder hacer cambios.

La inmediatez se antoja imposible.

Aquí se piden siempre respuestas inmediatas y que, cuando hay problemas de conducta, se dejen de tener rápidamente. Meter a un menor en un centro y encerrarlo durante un tiempo no es resolverlo. Si se quiere hacer un trabajo serio, requiere inversión de tiempo y buenos profesionales. En el campo de lo social las condiciones laborales han mejorado pero hacen que gente con capacidades profesionales se vaya a otros sectores que ofrecen más estabilidad y reconocimiento. Trabajamos con situaciones y chavales que requieren de muy buenos profesionales.

El internamiento temporal suele llevar consigo un límite de tiempo, que muchos entienden como un plazo para solucionar problemas. ¿Se pueden poner plazos a los trabajos con menores?

En el trabajo educativo se debe poner metas. El proyecto debe ir avanzando a algún lugar. Tampoco puede estar un chaval siempre en un centro con la perspectiva de cumplir los 18 sin más. Siempre aparecen retos en la socialización, en la formación, en la motivación o en la relación con la familia.

En adolescentes, el desempleo afectará a que la meta de la inserción laboral se cumpla.

La situación actual ha cambiado mucho esa última etapa en los centros, dificultándola muchísimo. Hoy en día es tan irreal que un chaval de 18 años se ponga a trabajar sin una formación especializada, que se convierte en un handicap. Es un reto importante para los centros y también para las familias.

¿Son peores los adolescentes de hoy en comparación con los de hace unos años?

Es un poco un mito. Los adolescentes siempre crean conflictos en la sociedad. Es un momento en el que se desajustan conductas y en el que las que no están ajustadas se muestran. El cambio que sí se percibe es que esos problemas los tienen chavales de familias que antes no los tenían. Antes ese tipo de situaciones se producían en sectores desatendidos, próximos a la marginación o a la exclusión, y ahora se ha extendido por la dinámica social, el consumo, el modo de vida, la sobreprotección o por desatención.
* entrevista en nonada.es por Jose Miguel Reyes
Publicat per Àgora CT. Col·lectiu Cultural sense ànim de lucre per a promoure idees progressistes Pots deixar un comentari: Manifestant la teua opinió, sense censura, però cuida la forma en què tractes a les persones. Procura evitar el nom anònim perque no facilita el debat, ni la comunicació. Escriure el comentari vol dir aceptar les normes. Gràcies

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