Es un tema oculto, la mayoría de los medios de comunicación lo dejan de lado
en sus coberturas informativas sobre los conflictos bélicos. A ello contribuye
no solo que la mayoría de esos medios están dirigidos por hombres, sino también
al velo de silencio y vergüenza que rodea a las víctimas, a sus familias y
entorno que hace que las denuncias, los testimonios, sean escasos.
En octubre de cada año, cuando se cumple un nuevo aniversario de la
Resolución 1.325 [1] del Consejo de Seguridad de la ONU del año 2000
sobre la mujer en los conflictos bélicos y en los procesos de paz, tienen lugar
una serie de actos institucionales tanto en España como en muchos países
desarrollados, reivindicando la importancia de la misma, el avance que ha
supuesto para la mujer semejante decisión y los autoelogios se redoblan ante
cada nueva resolución complementaria sobre el tema que es aprobada.
La resolución es sin duda importante. En sus considerandos reconoce que “los
civiles, y particularmente las mujeres y los niños, constituyen la inmensa
mayoría de los que se ven perjudicados por los conflictos armados, incluso en
calidad de refugiados y personas desplazadas internamente, y cada vez más sufren
los ataques de los combatientes y otros elementos armados”. Sin embargo, en esos
actos institucionales en los que una vez al año se recuerda la aprobación de esa
resolución y se habla del drama que esta aborda, prevalece un discurso
totalmente autocomplaciente.
Pocos en esos actos reconocen autocríticamente que la ONU tardó nada menos
que 55 años en sacar adelante su primera resolución sobre un aspecto de la
violencia de género, solo un aspecto, circunscrito a la doble violencia que
sufren las mujeres en los conflictos bélicos. Esta resolución no habla del resto
de la violencia que sufren las niñas y las mujeres, algo aún pendiente, sino
solo de este aspecto específico.
Es un avance, sin duda, pero llegó con muchísimo retraso y es totalmente
insuficiente. Hay tratados internacionales sobre los Derechos del Niño, sobre la
tortura, sobre el tratamiento a los prisioneros de guerra, sobre temas
medioambientales, sobre las minas antipersonas, temas balísticos y nucleares,
pero hasta el año 2000 que se aprobó esta resolución no hubo absolutamente nada
que reconociera ni el más mínimo aspecto de la violencia que sufren las niñas y
las mujeres en todo el mundo. Aunque las niñas y mujeres supongan nada menos que
entre 3.200 y 3.500 millones de personas en el planeta.
La propia ONU reconoce ahora que el 70% de esas mujeres han sufrido alguna
forma de violencia a lo largo de su vida. En estos días se conocieron también
los resultados la primera macro encuesta europea sobre el tema [2]: 62
millones de mujeres han sufrido algún tipo de violencia de género en su vida,
una de cada tres europeas.
En pleno siglo XXI se calcula que 140 millones de niñas y adolescentes sufren
mutilación genital, que 30 millones de niñas viven en las calles, expuestas a la
violencia sexual.
Diez millones de niñas en el mundo son obligadas a casarse antes de los 12
años; 86 millones de niñas crecen sin educación alguna; miles de niñas en
Afganistán son atacadas por los talibán por atreverse a ir a la escuela, las
escuelas de niñas son consideradas objetivos militares.
Más de 5.000 mujeres mueren al año en el mundo víctimas de los llamados
“crímenes de honor” realizados por sus propias familias.
El 90% de los autores de homicidios en todo el mundo son hombres, un
porcentaje que sube a casi el 100% cuando se trata de conflictos bélicos. El 90%
de la población penitenciaria también son hombres.
Desde tiempos ancestrales son los hombres los que hacen las guerras, y aún
hoy en el siglo XXI son mayoritariamente hombres los que las deciden y las
ejecutan.
Las violaciones, abusos sexuales y crímenes de niñas y mujeres en las guerras
son algo totalmente habitual y se practica de forma masiva. La cultura
patriarcal y el carácter depredador tradicional del hombre, una verdadera arma
de destrucción masiva, se exacerba mucho más en las guerras, donde la impunidad
con la que se actúa libera cualquier contención de su instinto más animal.
Pero en las guerras a esto se añade también la utilización premeditada y
masiva de la violencia sexual, de la violación, de los abusos contra la hembra
enemiga, sea esta niña, adolescente o mujer madura, como una forma devastadora
de castigar a toda una sociedad. En la primera mitad de los años ’90 entre 200
000 y 250 000 mujeres fueron violadas durante las distintas guerras que
desangraron y destruyeron la antigua República de Yugoslavia.
No solo se consideraba parte del botín del guerrero, sino que los mandos
militares alentaban esas prácticas porque eran conscientes de las gravísimas
consecuencias que provocaban con ellas. Niñas, adolescentes, mujeres, muchas
veces embarazadas por el violador, rechazadas a menudo por su propia familia,
por sus vecinos, por su entorno, familias deshechas.
En países como Ruanda, donde también en los años ’90 hubo una matanza de 800
000 tutsis en manos de la etnia hutu, fueron violadas 200 000 mujeres, una cifra
inferior sin embargo a la de la guerra en la República del Congo, donde se
calcula que pudo haber hasta 500 000 casos. Y la situación se repite una y otra
vez.
En África especialmente, la mujer juega un papel clave en la sociedad, es
ella la que acarrea agua, la que cultiva la tierra, la que obtiene los
alimentos, la que cocina, organiza la casa, cría a los niños, cuida de su salud
y sustituye también en todo al hombre que se va a la guerra. Pero todo se ve
alterado brutalmente cuando es víctima de una de esas violaciones masivas de un
ejército o guerrilla enemiga, y no pocas veces también por parte de las fuerzas
de inseguridad locales. Por vergüenza o por rechazo de la sociedad que la
excluye, ya se encerrará, no cultivará la tierra ni irá a buscar agua ni hará
ninguna actividad fuera de su casa, toda la sociedad se resiente.
No se ve al violador como el culpable, como el individuo a aislar o castigar,
sino a la propia víctima, su drama se prolonga.
En guerras como las de Afganistán en las que Occidente utilizó de forma
propagandista y oportunista la asfixiante opresión sufrida por las mujeres como
muestra de la crueldad del enemigo talibán, 13 años después, su situación no ha
mejorado sustancialmente, tanto a causa del retrógrado, corrupto y autoritario
gobierno de Hamid Karzai aupado al poder por EEUU y sus aliados, como por las
tradiciones patriarcales, el desprecio extremo hacia la mujer por parte de los
señores de la guerra con los que comparte el poder.
En Irak, tras 11 años de guerra, y cientos de miles de muertos después, EEUU
y sus aliados, en retirada por la puerta trasera, reivindican haber estabilizado
el país, cuando decenas de personas mueren a diario en atentado, y,
paradójicamente, las mujeres han perdido terreno en materia de derechos y en su
rol en la sociedad.
Históricamente las mujeres iraquíes habían ido conquistado importantes
derechos, muchos más avanzados que en el resto de países de su entorno, teniendo
protagonismo en la vida social y cultural. Su apogeo lo tuvieron durante los
años ’70, paradójicamente, bajo la dictadura de Sadam Husein, que era,
recordemos, un estado laico, como Siria.
En guerras como las que sufrió Guatemala, donde murieron más de 200 000
personas, el mayor genocidio contemporáneo de América Latina, el Ejército abusó
y violó a decenas de miles de niñas, adolescentes y mujeres adultas,
mayoritariamente indígenas, algo que arruinó la vida de tantas mujeres y que
provocó un trama social generalizado en esa comunidad.
Otro tanto pasó en la guerra de Colombia, especialmente por la acción de los
grupos paramilitares ultraderechistas utilizados por el Ejército en su política
de tierra arrasada en zonas bajo influencia de las FARC.
Ante ese panorama tan desolador que se le presenta a la mujer desde niña en
tantos países todavía hoy día, cualquier avance en su condición merece ser
apoyado. No se pueden minusvalorar los pasos que gradualmente y en forma
desigual se están logrando en muchos países, estimulados por la Resolución 1.325
y otras posteriores, como la 1.820, de 2008, que reconoció la violación en los
conflictos bélicos como “crimen de guerra”.
Pero tampoco se pueden sobrevalorar creyendo que su simple existencia es de
por sí garantía de un cambio profundo, radical, en todo el mundo.
Sin embargo, el Tribunal Penal Internacional con sede en La Haya, único
organismo a nivel mundial para juzgar crímenes de guerra, crímenes de lesa
humanidad o genocidio, no ha condenado a nadie hasta el momento por violaciones
masivas cometidas durante un conflicto bélico.
Los crímenes de los cascos azules de Naciones Unidas
La propia ONU refleja enormes incoherencias con su discurso sobre el tema de
la mujer.
En 66 años de operaciones de paz, ha habido sólo siete mujeres con rango de
representante especial del Secretario General de Naciones Unidas para alguna
misión y solo mujeres forman parte del equipo de 40 personas que componen la
Secretaría General?
Todo ello, paradójicamente, a pesar de que la Resolución 1.325 insta en su
texto al Secretario General de la ONU y a los Estados miembros a garantizar un
aumento de mujeres en todos los ámbitos de construcción de la paz, así como en
carácter de enviadas especiales.
¿Cómo es posible que queden impunes las violaciones y abusos contra niñas y
mujeres cometidas por cascos azules encargados precisamente de protegerlas, de
dar el ejemplo? Muchas de esas mujeres han sido violadas por milicianos o
soldados en conflictos bélicos, y cuando logran refugiarse en un campamento de
la ONU o estar en una zona bajo control de los cascos azules, vuelven a vivir
esa pesadilla.
No han sido casos aislados, sino que han sido muchos, en distintos países y
con cientos de cascos azules de la ONU de distintas nacionalidades involucrados.
A través del llamado Informe Machel, elaborado por Gracia Machel, ex ministra
de Educación y Cultura de Mozambique y viuda de Nelson Mandela, la ONU reconoció
por primera vez públicamente en 1996 la responsabilidad de sus cascos azules en
violaciones, trata de mujeres y abuso infantil en misiones desarrolladas en
Angola, Mozambique, Somalia, Ruanda, Bosnia-Herzegovina, Croacia, Somalia,
Camboya.
Esto sucedió antes de la resolución 1.325, sí, pero se volvió a producir en
Haití a partir de 2004, y en Sudán, especialmente en la región de Darfour; en
Costa de Marfil, en Sierra Leona, en Kosovo, y en la República Democrática del
Congo, donde la propia ONU reconoció en un informe en 2005 que se habían
producido 105 denuncias contra cascos azules. Los soldados de la ONU se
aprovechaban de niñas y mujeres congolesas desesperadas por la hambruna para
practicar sexo con ellas a cambio de comida o unas monedas. Las niñas ya no son
enviadas a la calle o a burdeles a prostituirse, sino a la puerta de los
cuarteles de las fuerzas de paz que supuestamente han ido allí para
ayudarlas.
Organizaciones humanitarias denuncian que el personal masculino de más de una
Ong explota también a menores bajo su protección, ayudando de esta forma a
fomentar la prostitución infantil.
¿Cómo se puede compatibilizar la resolución 1.325 de la ONU con la Convención
de Privilegios e Inmunidades de Naciones Unidas, vigente desde 1946, y que
establece que el país receptor de cascos azules no puede juzgarlos en su
territorio aunque cometan en él delitos o crímenes?
¿Qué es lo que hace la ONU ante denuncias de ese tipo entonces? La Oficina de
Supervisión Interna de la ONU es la encargada de investigar si un casco azul ha
violado un texto interno llamado Diez normas: Código de conducta personal de
los Cascos Azules.
¿Y qué puede hacer esa Oficina de Supervisión Interna si confirma las
denuncias? La ONU no tiene ningún tribunal interno, por lo que su única opción
es entregar al casco azul a su país de origen para que este lo juzgue.
Hasta ahora sólo se conoce de un par de casos se concretó esto, en el de
cascos azules italianos que habían actuado en Somalia, a pesar de que ya son
cientos y cientos los soldados de distintas nacionalidades denunciados. En la
mayoría de los casos sólo se adelanta la vuelta a casa del casco azul agresor,
sin que esto lo inhabilite para participar en otras misiones de paz en el
futuro.
A la violencia sexual que sufre la mujer habitualmente en los conflictos
bélicos se le suma su marginación en los procesos de pacificación posteriores,
empezando por las propias instituciones que los planifican y llevan a cabo.
En 2010 el Gobierno de Rodríguez Zapatero defendió en la cumbre Mujeres,
paz y seguridad, celebrada en Bruselas por la Comisión Europea y la OTAN,
una propuesta para que se establecieran cuotas para lograr que las mujeres
participaran a todos los niveles, civil y militar, en los procesos de paz y
solución de conflictos. La idea no prosperó, y el primero en rechazarla por
“irrealista”, fue el propio secretario general de la OTAN, Andres Rogh
Rasmussen. El jefe máximo de la OTAN dijo que era imposible lograr algo así en
el seno de la Alianza Atlántica dadas “las diferentes tradiciones nacionales de
las que partimos”.
Y la discusión se cerró. España tiene el doble de mujeres militares en
misiones exteriores que la media de la Unión Europea, lo que puede ayudar a
tener una mayor sensibilidad para tratar un tema como las agresiones a las
mujeres. Actualmente entre el 7% y el 9% del total de soldados que tiene España
involucrados en misiones de pacificación son mujeres, cuando el promedio en el
conjunto de la Unión Europea es de sólo el 4%.
Es un dato alentador como lo es también el caso de Liberia. En un país como
ese, que estuvo sumergido en una cruenta guerra desde inicios de los ’90 hasta
2003, con más de 250.000 víctimas mortales y un altísimo número de violaciones
-con una de cada 10 mujeres violadas menor de 5 años- , la larga lucha de las
mujeres ha empezado a dar sus frutos hace algunos años. Ellas, con sus protestas
callejeras, con sus multitudinarias manifestaciones, jugaron un papel clave en
el fin de la guerra y en la construcción de la paz.
Hoy día Liberia tiene presidenta, Ellen Johnson Sirleaf, la primera
presidenta de Africa, quien en 2011 inició su segundo mandato. Gracias a su
labor y a la de tantas mujeres organizadas, hoy día el 20% de los efectivos de
las fuerzas de seguridad liberianas son mujeres.
Hace seis años se creó en Liberia el primer tribunal especializado en
violencia de género de toda Africa.
Desde el año 2000 Liberia cuenta con una Ley de Libertad de Información, la
primera también en Africa. Y ahí la ONU ha financiado la Radio Democracia
Mujeres Liberianas, que tiene cada vez mayor capacidad de emisión a todo el
territorio nacional.
Datos alentadores sin duda, pero mientras el drama de las niñas y mujeres que
sufren doblemente las guerras no salga a la luz con toda su crudeza, y en los
países desarrollados que participan con cascos azules en misiones en el
extranjero no exista un estricto control sobre sus actividades y comportamiento,
esos violadores, esos depredadores, seguirán gozando de total impunidad.
NOTAS:
- http://www.un.org/womenwatch/ods/S-RES-1325(2000)-S.pdf
- http://fra.europa.eu/sites/default/files/fra-2014-vaw-survey-main-results_en.pdf
* Creative Commons
Cap comentari :