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El expolio nazi no solo consistió en el robo de arte


Un miembro uniformado de las SA nazis y un estudiante de la Academia de Ejercicio Físico examinan materiales saqueados de la biblioteca del Dr. Magnus Hirschfeld, director del Instituto de Ciencias Sexuales de Berlín, el 6 de mayo de 1933. Museo Estadounidense Conmemorativo del Holocausto / Wikimedia Commons

Cada semana aparecen en la prensa varias noticias vinculadas al expolio nazi. La mayoría giran en torno a pleitos sobre la propiedad de un cuadro. También suelen aludir a la persecución y exterminio de las comunidades judías europeas bajo el Tercer Reich. Sin embargo, esta operación de pillaje abarcó mucho más que la pintura y los judíos no fueron sus únicas víctimas.

El expolio nazi movilizó una parte considerable del patrimonio cultural europeo. Las respuestas a varias preguntas básicas –en qué consistió, cuáles fueron sus causas y quiénes sus víctimas y beneficiarios– explican mejor la amplitud y complejidad de esta inmensa y brutal campaña de saqueo.

¿A qué llamamos expolio nazi?

En realidad, el expolio englobó dos procesos de naturaleza distinta. En el primero, que comenzó en 1933, los nazis requisaron, o compraron a precios ínfimos bajo coacción, los bienes culturales pertenecientes a ciudadanos o colectivos etiquetados como enemigos. Desde luego, a los judíos, pero también a los gitanos, a los disidentes políticos –liberales, comunistas, socialistas–, a los homosexuales… Y a los eslavos, relegados a la condición de servidumbre o esclavitud a partir de 1938, cuando empezó la campaña hacia el Este.

Esta primera observación aclara ya dos asuntos cruciales. En primer lugar, señala qué individuos y comunidades fueron víctimas del expolio. Y, en segundo lugar, amplía más allá de la pintura el objeto de la codicia nacionalsocialista, pues el concepto de bienes culturales abraza un amplio espectro de objetos: esculturas, instrumentos musicales, libros, joyería artística, tapices o alfombras, elementos decorativos…

De las requisas a la depreciación de las monedas

El expolio, sin embargo, no solo entrañó requisas. Desde 1938, con la expansión territorial del Reich, los nazis emplearon otros recursos para esquilmar el patrimonio cultural europeo. Las requisas continuaron en Europa oriental, donde los invasores saquearon indistintamente bienes culturales pertenecientes al Estado, las iglesias o los particulares. También en Europa occidental siguieron las confiscaciones de propiedades judías y de otros colectivos señalados como enemigos.

Unidades alemanas cargan obras de arte polacas de Zachęta; julio de 1944. Stefan Bałuk / Wikimedia Commons

Por el contrario, al margen de estas incautaciones, en el oeste europeo el Tercer Reich respetó –salvo excepciones– las propiedades del Estado y demás instituciones públicas, de las iglesias y de los particulares. En cambio, siguió otra estrategia para rapiñar el patrimonio: devaluó a la fuerza las monedas de los países ocupados e impuso unas condiciones draconianas a sus economías.

Sobre esta base, los ocupantes ejercieron una forma distinta de pillaje: la compra intensiva de productos artificialmente depreciados. Un saqueo que comprendió toda materia prima o producto manufacturado útil para sostener el esfuerzo bélico. También incluyó la adquisición de obras de arte y de otros bienes culturales exportados en masa a Alemania.

Estas compras a precio de saldo, que esquilmaron los patrimonios artísticos nacionales, integran también el expolio: en total, entre requisas y adquisiciones, los nazis trasladaron desde Francia hacia Alemania unos 100 000 objetos culturales, 30 000 desde los Países Bajos, 20 000 desde Bélgica, un millón desde la Unión Soviética…

¿Por qué los nazis acumularon bienes culturales de modo compulsivo?

Las razones son variopintas. En el caso de los judíos, las requisas son parte intrínseca del Holocausto. Antes de ser deportados a los campos de exterminio –y aún en ellos– fueron despojados de todas sus posesiones, desde viviendas hasta juguetes, pasando por automóviles o vajillas. También de sus bienes culturales. Esto hubiera sido así aunque a los nazis no les hubiera interesado el arte, porque a los judíos les fue arrebatado el derecho a poseer cualquier propiedad.

Sin embargo, los nazis sí fueron coleccionistas compulsivos y ello también explica el expolio. La instauración del Tercer Reich provocó un relevo en la cúspide de la política, la economía y la sociedad alemanas. Los nuevos dirigentes procedían en su mayoría de las clases medias. Sintieran –o no– pasión por el arte, una de las vías elegidas para expresar el estatus recién adquirido fue el coleccionismo artístico y el aura elitista que porta consigo.

Hitler, hijo de un funcionario de aduanas, quiso erigir en Linz el mayor museo de Europa, emulando a los grandes mecenas de la historia; Goering, de familia aristocrática venida a menos, se comparaba con los príncipes del Renacimiento; Von Ribbentrop, comerciante de vinos, alardeó de su colección cosmopolita de pintura…

Hitler regala a Goering una pintura por su cumpleaños, 1938. Wikimedia Commons, CC BY-SA

Y así otros notables: las colecciones de arte les aportaban un signo de distinción al que también aspiraron numerosos funcionarios, jefes militares o cuadros del partido, que imitaron a sus líderes. Individuos e instituciones del Reich compitieron entre sí por capturar las mejores piezas por toda Europa y ello aumentó la voracidad del expolio.

Otra razón alentó esta acumulación intensiva. En tiempo de guerra, el precio del dinero es volátil y el capital prefiere valores seguros como el oro y los diamantes. O el arte. Entre el gran volumen de requisas y el derrumbe de las economías en territorio invadido, que obligó a liquidar numerosos patrimonios familiares, las obras de arte a precio de saldo colmaron la Europa del Tercer Reich. Un gran mercado en liquidación al alcance del ejército y la burocracia de ocupación. En este contexto, muchos alemanes, implicados en la gobernación del Reich o ciudadanos del común, aprovecharon la ocasión para comprar.

Por último, la Alemania nazi quiso ejercer la hegemonía cultural sobre Europa. Gracias al talento de sus creadores y a la innovación, Francia había sido la gran potencia del continente en este ámbito hasta comienzos del siglo XX. Pero la rígida política cultural nacionalsocialista cercenó la creatividad y estableció un canon artístico asentado en el pasado. Así, el Tercer Reich siguió un camino distinto al francés para ostentar la primacía continental: frente a la creación, eligió la recolección, la captura masiva de obras de arte medievales, renacentistas o barrocas.

En definitiva, el expolio nazi consistió en una vasta y compleja operación de saqueo a individuos, comunidades y patrimonios culturales nacionales, alentada, entre otros motivos, por la política racial, la persecución de la disidencia, la exhibición del estatus político, económico o social de una nueva élite, la inversión en valores económicos seguros o la geopolítica.

The Conversation

Miguel Martorell Linares no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.


Miguel Martorell Linares, Catedrático de Historia del Pensamiento y los movimientos sociales y políticos, UNED - Universidad Nacional de Educación a Distancia * Pots llegir-ho per qué la font i Crònica som Creative Commons
Publicat per Àgora CT. Col·lectiu Cultural sense ànim de lucre per a promoure idees progressistes Pots deixar un comentari: Manifestant la teua opinió, sense censura, però cuida la forma en què tractes a les persones. Procura evitar el nom anònim perque no facilita el debat, ni la comunicació. Escriure el comentari vol dir aceptar les normes. Gràcies

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